jueves, 5 de enero de 2017

LA HISTORIA DE SIR JAMES MONMOUTH 

  Capítulo Primero

Llovió todo el día y toda la noche también, una tempestad de otoño. En el campo todo estaba empapado y el viento acarreaba ese dulce olor a tierra mojada. Muy distinto a la lluvia de Londres en donde el agua sólo  corre por los tejados y gorgotea en las alcantarillas. Las luces de los postes se ven borrosas por el agua que cae mientras un policía camina cubierto bajo su impermeable. El agua rebota en los techos y el pavimento, lluvia ligera que cae oculta entre los árboles de los parques y jardines. Sobre el río Támesis , principal río en Londres, escurren el agua al puerto y sobre los barcos.

Esa lluvia de Londres que cae por todos lados, esa lluvia de final de año.

Pero para mí es un placer infinito observar las gotas caer. Pues es una lluvia que no se le parece a ninguna otra, no como la lluvia de África, la India u otros países del lejano oriente. Esos países en donde viví la mayor parte de mi vida. Esos lugares en donde el calor y la sequía duraba meses y de pronto llegaba el monzón que se arremolinaba en el cielo y caía sin piedad como si quisiera ahogar la tierra, convirtiendo todo en lodazales de agua amarilla que corrían como pequeños ríos por todos lados mientras los truenos retumban y todo el ambiente se torna húmedo. Ese tipo de lluvia que cae sin piedad y cuando termina deja todo lleno de residuos de roca.

En ocasiones escuchaba a los turistas provenientes de Inglaterra referirse a la lluvia en su país como una bendición por la gentileza por la que caía como una sombra de memorias que descienden sobre todo como en un sueño ligero. Ahora yo también me encuentro aquí en Londres mirando la lluvia caer en el otoño de mi cumpleaños número 40.

Mi barco había llegado a puerto en la mañana de ese día. Mis compañeros de viaje se amontonaban en la barandilla para ver cómo el barco se acercaba poco a poco al puerto mientras buscaban entre la multitud a sus seres queridos que esperaban por ellos. Pero yo no tenía a nadie, ni amigos ni familia me esperaba y me quede esperando detrás de todos un tanto curioso y otro tanto temeroso. De pronto me dio nostalgia por dejar el barco y mi camerino que había ocupado por varias semanas. Simplemente porque después de desembarcar ya no tendría en donde quedarme. Vivir en Africa había sido mi vida entera y aquí no tenía nada. Sin embargo tenía varios planes y una meta que me había marcado a mí mismo, un futuro en una Inglaterra aunque no lo conocía del todo.

La sirena del barco sonó en ese momento. La gente aventó sus sombreros al aire para celebrar.

Mire detrás de mí al río y al mar que se quedaban atrás y me deprimí, me sentí como un alma solitaria y expuesta, un sentimiento que me siguió acompañando por mucho tiempo.

Mi historia hasta ese momento se abría contado en un abrir y cerrar de ojos. Lo único que sabía es que se me había enviado fuera de Inglaterra desde que tenía 5 años después de la muerte de mis padres de quienes no tenía memoria alguna y de quienes no sabía casi nada.

Las memorias de mi niñez en África eran en su totalidad de África junto a un hombre que había sido mi guardián o al menos así lo pensaba. Él me dijo que había sido un viejo amigo de la familia de mi madre y nada más. No fue hasta que cumplí 17 años que me habló de mi nacimiento, mi casa y familia. Esos lugares y personas en mis primeros años de vida, bien pudieron nunca haber sucedido y por lo tanto con el paso del tiempo aprendí a suprimir todos esos recuerdos para mi propia paz mental.

Si fui o no feliz durante ese tiempo tampoco lo recuerdo. Solamente en ocasiones en mis sueños lograba rescatar fragmentos o recuerdos -sigo sin saber cómo llamarles- por algún extraño motivo y sin lograr entenderlo del todo, me hacían pensar en mis primeros años de vida en Inglaterra.

Mi guardián y yo vivíamos en las montañas al norte de Kenia, que es en donde empiezan los primeros recuerdos de mi vida en África. Vivíamos en una amplia casa de un piso en una granja y fui a la escuela primaria en un pueblo a 20 millas de distancia. La educación que recibí era poco menos que suficiente, sin embargo disfrutaba mucho cada día que asistía. Mi guardián tenía una gran biblioteca en casa al cual me daba acceso y la cual me ayudaba a rellenar los huecos en mi educación.

En compañía de los libros ya no me sentía solo, además, disfrutaba de sobremanera pasar tanto tiempo como podía al aire libre, recorriendo el campo en busca de aventuras y apreciando hasta el menor aspecto de la naturaleza en ese hermoso país.

Pasaron los años y de Kenia nos mudamos a la India y después a Ceilán en donde me propusieron aprender el negocio del comercio de te. Pero la idea de viajar a lugares exóticos y desconocidos me llamaba más la atención que establecerme en un lugar a comenzar una carrera, así que comencé a planear para mí una vida de nómada llena de expediciones y aventura. Había leído en particular los viajes y descubrimientos de un hombre que me pareció el viajero más grande de todos los tiempos. Su nombre era Conrad Vane. Así que pasaba las noches estudiando montones de mapas, libros y bitácoras para planearme un futuro parecido.

Cuando cumplí los 17 años, mi guardián se enfermó. Y así como les pasa a los que contraen esas terribles enfermedades y fiebres propias de esos países tropicales, y paso de ser un hombre fuerte y robusto a estar a las puertas de la muerte en cuestión de 24 horas.

No pretenderé decir que lo amaba profundamente sin embargo y aunque era reservado y un tanto sombrío, por 10 años fue lo más cercano que he tenido a un padre. Yo lo respetaba mucho, me agradaba como persona aunque nunca fuimos cercanos o ni me atrevía compartir mis secretos más íntimos.

Pasar la noche sentado al lado de su cama mirando su cara enferma y amarillenta con brillos de sudor, y la piel pegada a los huesos de la cara me afectó grandemente. Traté de formular palabras de cariño y aliento pero me estaba costando mucho trabajo encontrar una manera de empezar y cuando por fin bajé la vista para hablar; sus ojos me miraban fijamente, vacíos. Había fallecido.

En los siguientes 20 años viajé por la India, casi todo África, a Burma, Singapur, Malasia y finalmente a los lugares más remotos de China. Al principio mis viajes carecían de propósito pero pronto me regreso la ambición de seguir los pasos de Conrad Vane.

Aprendí mucho durante mis viajes, aprender de los nativos y manteniendo los ojos y los oídos bien abiertos. También leía todo lo que tenía a la mano de historia y literatura, rumores y leyendas de esos países y aprendí varios idioma a un nivel razonablemente bueno. Me sentía bien y a gusto en cada lugar en donde me encontraba, en donde quiera y con quién fuera. Era un verdadero nómada y sin quererlo siempre me encontraba solo. Sin embargo llevaba una vida plena, inusual y excitante. Pero todo llego a su fin cuando contraje una enfermedad en Penang que me debilitó y durante el curso de muchas semanas me di cuenta que mis largas travesías debían llegar a su fin, ya era un hombre maduro y había visto todo lo que quise alrededor del mundo y sobretodo, había logrado recorrer todos los lugares que mi héroe Vane había realizado también. Ciertamente, había seguido sus pasos 22 años después de su muerte y a veces me sentía justo como si fuera él.

Durante esos años de viaje conocí a varias personas de Inglaterra y los escuchaba su historias con atención y empezó a nacer en mí una necesidad de regresar a Inglaterra (pues mi guardián ya me había contado de mis orígenes y mi nacimiento en ese país). No hice planes definitivos pues no tenía ninguna certeza de qué me esperaría a la llegada. El dinero no era problema ya que fui el único heredero de mi guardián ello sin contar lo que mi propia familia había dejado, sumado a lo que yo llevaba acumulado en los años anteriores. Lo cual me era suficiente para pagar mi pasaje y mantenerme por algún tiempo. Por encima de todo, quería descubrir más de los inicios de Conrad Vane antes de embarcarse en viajes y escribir reseñas acerca de ellos. Pues él, al igual que yo había sido un Inglés exiliado, además tenía planeado rendirle tributo escribiendo un libro. Pues me parecía que su legado no era tomado en cuenta cómo se debía y de seguir así en algún momento sería olvidado por completo.

Cuando me empecé a recuperar de la enfermedad vendí todas mis posesiones y empaque el resto acumulado en esos 20 años (que sorprendentemente no era mucho) y compre mi boleto.

Y aquí me encontraba, solo en una noche melancólica entre la lluvia londinense.

Todas mis pertenencia llegaron al puerto y se quedarían bajo resguardo hasta que encontrara hospedaje. Lo único que lleve conmigo fueron una vieja maleta con los suficiente para algunos días y mi plan era conseguir alojamiento lo antes posible y así empezar a organizar la búsqueda de un lugar permanente para estar. Por el momento la compañía de viaje me había dado algunas direcciones de pensiones para hospedarme. Al principio ellos creían que yo esperaba lugares lujosos con todas las comodidades pero les asegure que yo prefería quedarme en lugares modestos aunque cómodos y de ser posible cercanos al río. Las casas que visite eran grisáceas, tristes y brillaban de lluvia reciente al igual que los techos, pobres y feos. En el aire flotaba un olor a estancamiento y se escuchan a sirenas al fondo al igual que un continuo mover de cajas y contenedores a los barcos.

Había muy poca gente alrededor, casi todos se ocultaban detrás de puertas entrecerradas o en reuniones clandestinas. Solo en ocasiones se veían alguna que otra figura solitaria o montones de niños harapientos jugando. Y muy rara vez taxis que parecían apresurados a alejarse lo más posible del lugar.

Pero aún en esos lugares siniestros, húmedos y fríos, por algún motivo me empecé a sentir a gusto. Seguí caminando animoso y sin despreocupado de mis alrededores. En ocasiones me encontré en callejones solitarios pero supongo que después de haber pasado semanas encerrado en el barco me resultaba placentero pasear por espacios al aire libre.

Durante el trayecto pasé frente a algunos bares, ese tipo de lugares que frecuentan las personas que trabajan en puertos, ese mismo tipo de personas que los trabajadores del barco me había advertido. Afortunadamente debido a la hora no había mucha gente tomando o ansiosa de causar problemas.

Después de perderme varias veces y tener que regresar varias calles para que e tomar el rumbo correcto llegué a la calle Keypad Hyde y casi por accidente a las puertas de Cross Keys. Ya para entonces la lluvia había disminuido a una ligera llovizna mientras un rayo de luz débil pasaba por entre una pequeña ranura en el cielo nublado. Me detuve y dejé mi maleta en el piso. Alcé la vista y bajo el letrero de mesón había una pesada puerta de madera. Golpee la aldaba con fuerza y esperé.

Miré a los lados mientras esperaba, al este el cielo estaba oscuro y nublado sobre los techos negros de las bodegas en el horizonte. Al oeste, detrás de mí, el cielo rojizo del atardecer. Extrañamente, por un momento el aire soplo frío y me sentí como en casa, como si esa atmósfera me fuera algo familiar.

Seguí esperando y me puse a estudiar las casas cercanas y de pronto noté movimiento con el rabillo del ojo y me pareció ver una figura humana. Me pareció que era un niño como de unos 12 o 13 años, pálido y sucio. Pero sólo por un segundo me pareció que el niño se me quedó mirando y se fue rápidamente como ansioso o temeroso de verme a los ojos.

En ese preciso momento, otro rayo de luz rebotó en los vidrios de las ventanas y me distrajo de lo que creí ver. Cuando volví a mirar el niño había desaparecido entre la callejuela y la obscuridad de la calle.

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